jueves, 24 de mayo de 2012

"La guerra de los muertos", de Carlos Morales






LA GUERRA DE LOS MUERTOS


La curia romana acaba no hace mucho de beatificar a poco más de cuatrocientos sacerdotes de los miles que fueron ejecutados en virtud de sus creencias religiosas en la retaguardia republicana durante la dantesca tragedia de nuestra Guerra Civil. No soy quien para poner en duda el derecho de la jerarquía católica a proponer la sacralización como modelo de vida cristiana de la actitud de quienes nunca consintieron abjurar de su fe aun a sabiendas de que con ello estaban poniendo en peligro su vida. Pero parece claro que multitudinarias escenas como éstas, que no han dejado de repetirse todos los años desde el triunfo del General Franco en la terrible contienda, no hacen otra cosa que reavivar la memoria de unos momentos especialmente dramáticos de nuestra Historia, y que lo hacen en no menor medida de lo que puedan haberlo hecho quienes, estando también en su derecho para hacerlo, han impulsado con la Ley de la Memoria Histórica una especie de "sacralización lacia" de la actitud de quienes perdieron su vida en la enconada defensa de la República y en la lucha contra la oscura dictadura del franquismo.
En esta guerra de muertos y de legitimidades en que unos y otros parecen empeñados en acusar al adversario de haber arrojado la primera piedra, la principal pagana no es tanto la concordia entre los españoles como la misma verdad, a la que le cuesta desembarazarse de esa terrible maraña de los mitos en que seguimos empeñados en construir la conciencia que tenemos de todo cuanto somos. Y la verdad es que, con muy contadas excepciones, aquellos tiempos fueron escritos por hombres y mujeres envenenados –como toda Europa en aquellos años– por el totalitarismo y para quienes era lícito matar si con ello se conseguía ese nuevo orden –comunista, anarquista, fascista, qué más da– que al cabo se buscaba. Y de aquella generación que se mostró incapaz de comprender y de aplicar el espíritu de la democracia y que, por ello mismo, acabaron por corromper primero desde dentro y, finalmente, por derribar las enormes posibilidades de progreso que trajo la República, poco o nada podemos aprender, nada que no sea el lugar exacto del mapa de nuestro corazón en que pueden encontrarse los abrevaderos más oscuros del rencor, de la barbarie y de la locura… 




Este artículo fue leído por su autor en la Cadena Ser, en el año 2006.