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Carlos de la Rica, el "piccolo abatino enadernado en Cuenca" |
Carlos Morales
Carlos de la Rica: el poeta que nunca
existió
Quien quiera entretenerse en ojear cualquiera de los muchos manuales que se estudian en los institutos y en las universidades españolas, convendrá en la enorme aceptación del “método generacional” entre los estudiosos de la literatura, especialmente en lo que toca a nuestro siglo XX. Hay que reconocerle al método no pocas bondades, en gran medida equiparables a las que tuvo en su día el materialismo histórico. Así, su categoría analítica fundamental –la “generación”- nos permite de solo un plumazo, y a la manera del “modo de producción” del método marxista, comprender no sólo las diversas manifestaciones individuales de nuestros creadores como la inevitable consecuencia del tiempo histórico común que les toco vivir, sino, también, y sobre todo, visualizar en la ordenada sucesión, una tras otra, de las distintas “generaciones” que en el tiempo han sido esa “lógica interna” que, al modo de una ley providencial e inexorable, parece haber llevado a la literatura a seguir el único camino que podía seguir –el que ha seguido- hasta alcanzar el único territorio al que podía aspirar, y que no es otro, ni muy distinto, que el territorio presente por el que, mejor o peor, seguimos deambulando.
Gabino Alejandro Carriedo |
Ángel Crespo. |
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Federico Muelas |
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Carlos Edmundo de Ory |
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Eduardo Chicharro |
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Todo cuanto he dicho, y que a alguno pudiera parecer la perorata de un ingenuo cabo de segunda a quien el sargento de cocina olvidó en su día rociar su café con la dosis adecuada de bromuro, no ha querido hacer otra cosa que situar el fenómeno de la marginalidad literaria en el contexto abierto por las limitaciones de un método analítico concreto –que es el dominante-, excluyendo deliberadamente de la visión esas “manos negras” tan del gusto de las teorías conspirativas, y cuyo peso en el complejo y delicado proceso que supone decidir quién sí y quién no merece eternidad alguna, aun siendo importantísimo, termina, en el largo plazo, por hacerse apenas perceptible, y no más eficaz de lo que puedan serlo los quejidos del casco de un barco de madera al que, a pesar de su presencia siempre amenazante, no pueden ni saben detener en su tranquilo bogar al pairo de los vientos. Creo que ése es, por lo demás, el contexto mejor adecuado para contemplar lo más objetivamente posible la trayectoria y el destino de Carlos de la Rica (1930-1997), uno de los poetas menos conocidos de la poesía española del siglo XX y cuya desaparición de la escena –una más de las muchas que desgraciadamente va dejando el método a su paso- presenta, no obstante, peculiares caracteres. ¿Asesinato, homicidio o simple desaparición?. Responder a esta pregunta exige, además de ladearse el sombrero y aflojarse la corbata, aclarar aquellos móviles que puedan explicar su ausencia en el cuadro de la historia.
La condición sacerdotal de Carlos de la Rica fue, en nuestra opinión, determinante, y lo fue por distintas razones. Sus responsabilidades eclesiásticas al frente de la parroquia de Carboneras de Guadazaón y de los pueblos de su comarca, situada en esa tierra de nadie que conocemos por Cuenca, y a las que hizo frente con particular e intensa dedicación desde su ordenación en 1956 hasta su muerte en 1997, le impidieron fortalecer con su continua presencia, y con la debida coherencia y regularidad, los lazos de solidaridad literaria que, a lo largo de su vida, a duras penas pudo establecer en la Corte. Sus esfuerzos en este sentido chocaron, además, con ese muro de indudable grosor que suponía la natural desconfianza hacia la Iglesia por parte de un mundo intelectual que, políticamente comprometido con la causa del antifranqusimo, alcanzaría su más alto clímax de secularización precísamente en los años en que el poeta sacaba la cabeza de la caja, la década de los sesenta. Su adscripción al espíritu del II Concilio Vaticano, y esa aproximación al mundo de la izquierda tan evidente en su poesía de aquellos años, le reportaron cierta simpatía entre los sectores más conspicuos de la estética -entonces dominante- del realismo social, pero no la suficiente como para acabar con la desconfianza ante lo que suponía su confeso monarquismo y su misma condición eclesiástica. El hecho de que, en una carta fechada en 1968 y dirigida a su amigo Gabino-Alejandro Carriedo, Carlos de la Rica manifestara su desconcierto ante su exclusión de una importante antología de tendencia –editada precisamente en ese mismo año- no tanto por los rasgos vanguardistas de su poesía sino por su condición sacerdotal, lo deja todo meridianamente claro.
Las amistades peligrosas de Carlos de la Rica.
Muelas, Carriedo y Crespo, fundadores de la revista EL PÁJARO DE PAJA y del "pajarerismo". |
La poesía heterodoxa de Carlos de la Rica.
Sin embargo, más allá de las consecuencias que sobre la proyección de su obra pudieran haber tenido su condición sacerdotal así como su fidelidad a sus amigos y a las opciones estéticas que representaban, lo que determinó totalmente su marginalidad en la historia de la literatura de nuestro siglo XX fue el carácter heterodoxo de su poesía, cuya naturaleza estética –qué participó de las aspiraciones de las generaciones de los cincuenta, sesenta y setenta- la convirtieron, a los ojos de todos, en un fenómeno difícilmente catalogable para el método analítico generacional. Carlos de la Rica fue rechazado por los poetas del realismo social no sólo por su condición sacerdotal, por su monarquismo o por su apoyo a la causa del pueblo de Israel: también lo fue porque, aun siendo evidente su compromiso con la causa del antifranquismo y del socialismo cristiano, su realismo mitológico era demasiado culto y vanguardista para servir tan eficazcmente como los graznidos de otros al impulso revolucionario. Los poetas de la generación novísima, vieron en él, ciertamente, a un precursor, pero le reprocharon haber puesto el fulgor vanguardista de su retórica pagana al servicio de una causa que estaba más allá de la propia literatura, y que no era otra que la redención del hombre. Y para colmo, cuando, a comienzos de los años ochenta, la poesía española comenzaba a adentrarse por los caminos del realismo, Carlos de la Rica decidía encomendarse a la poesía pura...Si a ello sumamos la circunstancia de que sus libros fueron editados en colecciones de poco cabotaje y con escasos medios para intervenir, con mayor o menor intensidad, en la formación social de los gustos literarios, tendremos sobre la mesa la información suficiente para responder a la pregunta que en otra parte nos hicimos.
¿Alguien puede creer que un poeta como Carlos de la Rica podía pasar, en estas condiciones, a la historia de la literatura española, sobre todo a esa historia forjada bajo la rígida mirada de un método en el que no existe lugar para lo extraordinario?. Su marginalidad ha llegado a tal extremo, que ni siquiera en la última antología dedicada a la poesía conquense, trabajada por su "amigo" Florencio Martínez Ruiz, el nombre de Carlos de la Rica ha podido aparecer. Tardaremos algún tiempo todavía en saber, a ciencia cierta, si el pícollo abattino encuadernado en Cuenca fue alevosamente asesinado, si fue la víctima de un homicido involuntario, o si, simplemente, se suicidó colgado de la música. Su cuerpo yace ahora en Carboneras, bajo una lápida en que pide “Dame, Señor, el equilibrio de los pájaros”. Su obra yace, también, a los pies del desconocimiento, arrojada en una zanja como un zapato viejo.
Artículo publicado en la revista Añil.
3 comentarios:
Gracias Carlos, verdaderamente. En un mundo de ortodoxos, la heterodoxia parece ser un peso muy grande de llevar. Cervantes le hubiera catalogado de inllevable.
Gracias Carlos, verdaderamente. En un mundo de ortodoxos, la heterodoxia parece ser un peso muy grande de llevar. Cervantes le hubiera catalogado de inllevable.
Repase usted la hemeroteca nacional y la conquense y descubrira que el unico periodista y critico de prestigio que ha escrito de De la Rica es Florencio Martinez Ruiz
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