lunes, 4 de junio de 2007

"La sharia gamada in nomine Dei", de Carlos Morales.




Uno de los más de 200 niños muertos en la escuela
de la ciudad rusa de Beslán,
calcinada a manos de fanáticos islámicos.
 





La sharia gamada in nómine Dei


Carlos Morales


   Hace ya algún tiempo, en una entrevista que me hizo el gran novelista argentino Norberto Luís Romero para la revista Europa plurilingüe, manifesté mis severos reparos a esa idea que el buen historiador César Vidal había puesto por aquellos días en circulación, según la cual el islamismo era esencialmente incompatible con los principios de la democracia. Pensaba entonces –y sigo haciéndolo ahora– que no se podía convertir en una verdad absoluta lo que en el fondo no era más que un juicio de valor que pasaba por alto el hecho de que, históricamente, ninguna de las religiones monoteístas jamás había aceptado con naturalidad los argumentos ideológicos del pensamiento democrático. De hecho, detrás de los muertos apilados a los pies de la cúpula que hasta hace poco cubría la hermosísima mezquita de la ciudad legendaria de Samarra, calcinada a manos de algunos furiosos musulmanes, se encuentra el mismo afán totalitario que hizo posible el asesinato de miles de judíos en las calles cristianas de Toledo y de Sevilla, allá por 1391; o las voluptuosas hogueras de la Suiza de Calvino, o las riadas de sangre hugonote que corrieron por las calles de París en aquel terrible día de San Bartolomé: ninguna religión monoteísta -ninguna- ha estado más libre que las otras de los majestuosos excesos cometidos contra el hombre por los iluminados que quisieron hacer de la vida en la tierra un mero reflejo de los mundos celestes de los dioses a los que adoraban o –como los nazis– de una idea racial nacida del materialismo ateo pero convertida en una verdad no menos sagrada ni históricamente devastadora que las revelaciones del Corán , de la Tora, o de la Biblia.


Terry Jones, el fanático pastor cristiano que ordenó quemar todos los coranes que se pudieran hallar.

     Para los que asistimos aterrados a ese rosario de violencia desatada no tanto por los musulmanes como por sus fanatismos, la gran cuestión que cabe plantearse no es si el Islam es menos permeable a los principios morales de la democracia de lo que lo fueron las otras grandes religiones del monoteísmo, sino hasta qué punto las sociedades que viven apiñadas a su sombra serán capaces algún día de liberar su cuello del yugo asfixiante del totalitarismo que lleva aparejada su tutela. Ese ha sido, precisamente, el campo de batalla del encarnizado combate por la libertad que –en palabras de Lord Acton– ha definido la gran Historia de Occidente. 



Niños armenios devastados por el hambre 
en el nombre del ateísmo turco, a comienzos del siglo XX.
     
Korczak y uno  de los niños a
los que acompañó a la muerte
a manos de los nazis.
A día de hoy, nadie mejor que los europeos serán capaces de saber lo mucho que ha costado situar a Dios en el territorio de las conciencias individuales y hacer compatible su “presencia” con una sociedad civil organizada en torno a la consagración de la libertad de conciencia. A lo largo de nuestro dramático y tumultuoso viaje, las distintas confesiones religiosas de la cristiandad han ido aceptando –mal que bien, pero definitivamente– las limitaciones impuestas por una sociedad civil cada vez más laica a su afán por ajustar la vida de los individuos a sus cánones morales, al tiempo que han logrado impregnar de sentido cristiano la ética de la justicia y de la libertad sobre la que Occidente ha ido levantando su particular visión del Mundo. Nadie mejor que nosotros sabe de los rastros terribles dejados por quienes han querido diseñar el mundo a imagen y semejanza de las verdades absolutas religiosas o raciales, como herederos que somos de los que, en el seno de la tenida -erradamente- como la civilización más “perfecta” y “sana” del planeta”, hicieron del ejercicio de la crueldad la más elegante de las artes: después de Auschwitz, no seremos los europeos los mejor ni más alegremente dispuestos a dar un paso atrás en la defensa de nuestro modo de vivir y de pensar el mundo que habitamos.
     Europa está esperando a que el Islam reaccione y descabece desde dentro a quienes pretenden imponer a espada, en nombre de Alá, el burka de su Ley sobre la tierra. Nosotros no somos quién para decirles cómo hacerlo. No podemos hacer otra cosa que esperar. Pero cuando vemos que la sociedad civil musulmana es capaz de escandalizarse y de salir a la calle por unas viñetas de Mahoma en un periódico holandés, y no de hacer lo mismo ante los niños calcinados de una escuela de Beslán, de Madrid, de Bali o de Manhattan, tenemos todo el derecho a preguntarnos qué podemos aguardar de un mundo inmóvil que, como el islámico, parece incapaz de salir de su silencio. Si sus dirigentes no saben o no pueden controlar a los fanáticos y –lo que es más importante– si la sociedad musulmana no se atreve a plantarse firmemente ante el delirio de los negros arcángeles de su Dios, que nadie nos pida mantener en pie nuestra paciencia más de lo que dura una rosa en el desierto. 
     Nadie nos puede exigir que, en aras de la coexistencia, toleremos allí donde vivimos la ignominia y el ejercicio arbitrario de la crueldad.... 
     Podemos esperar, y esperaremos. Sí, esperaremos.
     Pero no sabemos cómo. 
     Ni hasta cuando. 



Quemas de libros sagrados en Afganistán






***






Este artículo fue publicado en el nº 2 de la revista Malena (Cuenca), en Marzo de 2006




























1 comentario:

A chuisle dijo...

La libertad no sólo implica una arista política, el hombre es libre si lo es de espíritu y si responde a esa verdad inclaudicable que sostiene que no se puede confundir libertad con libertinaje, por lo que la libertad de cada uno tiene como única cortapisa el respeto de la libertad del otro. Con esto quiero decir que es fundamental la libertad de culto, de conciencia, de educación, etc.; la tolerancia ante los que piensan distinto y que no es lícito obligar a nadie a renunciar a estos derechos, siempre que no vayan contra el bien común, como es el caso de algunas sectas fundamentalistas. Tú citas varios casos de intolerancia religiosa y cada uno de ellos es inaceptable. Todas las doctrinas religiosas, asientan sus bases en el amor y la paz, si los hombres se apartan de ellas se debe a manipulaciones de poder y el camino sinuoso de la historia. No estoy muy de acuerdo en que occidente haya basado su historia en su lucha por la libertad, como hilo conductor, más bien afirmaría lo contrario, desde los albores de la historia de la humanidad, lo que mueve al hombre es la lucha por el poder y su consecuencia, el sometimiento de otros pueblos, las invasiones, la conquista y colonialismo de América, de Asia y de África así lo demuestra, como las guerras territoriales de Europa y ambas grandes guerras. Aunque el nazismo esté dentro de las guerras de expansión, por todo su significado y alcance, merece un capítulo aparte en lo referente a la subyugación de la libertad.

La lucha por la libertad ha sido entonces más bien reaccionaria.

Mis ideas un tanto desordenadas, son más bien divagaciones, para nada fundamentalistas. La apertura, el respeto y la tolerancia es mi bandera (lo que no significa laissez faire o falta de lineamientos, ni de compromiso)

Como tú tengo la esperanza en que se logre la paz en el oriente medio y creo que se ha avanzado en ese camino, gracias al valor que se le reconoce a la participación ciudadana en plano de democracia.