lunes, 30 de noviembre de 2009

María Antonia Ricas: del vértigo a la serenidad





EL LARGO CAMINO DE

MARÍA ANTONIA RICAS

Esta entrevista fue publicada por primera vez en el número 6 de la Revista Añil. Después, fue editada en Olerki poesia y la página webb de la propia María Antonia Ricas. En ella, muy hábilmente conducida por la poeta María Muñoz, la poeta toledana pasa revista a su ya larga obra poética.

Estamos ante una escritora singularísima. Recorre toda su obra una carga de misterio. Instalada en un extraño confort imaginista, entiende la palabra como el sustrato de emociones emergentes. Poesía liberada, cuajada de presencias radiantes y evocadoras… deberíamos tener muy presente a Artemisa, su lado salvaje, dice. Creadora y editora en una doble faceta, primero privada, desde el Consejo Editorial de la revista HERMES y la colección Ulises y, últimamente institucional hasta el 2005, desde la responsabilidad del Servicio de Publicaciones de la Consejería de Cultura de Castilla-La Mancha al frente del cual ha impulsado los que son, probablemente, los libros más representativos editados en los últimos años en la región (las antologías Mar Interior, con prólogo y selección de Miguel Casado y A cielo abierto, al cuidado de Francisco Gómez-Porro, que ha elaborado también el diccionario de autores La tierra iluminada), María Antonia Ricas siente, ante todo, una saludable pasión por escribir. Alejada del resentimiento, optimista, sabe que el futuro no nace de la renuncia sino de la práctica de la felicidad. En esta conversación intentaremos repasar sus numerosos libros y sus opiniones literarias.
¿Cómo puedes ser tan voluntariosa y activa, tan leal a la escritura? Me inquieta adivinar, reconocer, nombrar por primera vez; podríamos decir que todo está escrito ya, pero mira, he leído hace poco un ensayo sobre el arte, de José Ángel Valente, El Elogio del Calígrafo, y ha sido un hallazgo total. En cierto modo, creo que he adquirido un compromiso.

Ventana, publicado en 1975 fue tu primer libro y Mueran los dioses, hace ahora 25 años, un encuentro con el olvido, ¿mover, una búsqueda? Sí. Me comentaba un amigo cómo a los humanos nos rodea, de una manera constante, el elemento mágico de la vida, y cómo nos hemos olvidado de lo que quiere decir; existe, llámalo mito o de cualquier otra manera. Yo no pretendo hacer arqueología con las palabras pero sí escribir -¡escribir bien!- sobre ese olvido del olvido.

Pues sigamos un hilo conductor que nos desvele algo de tu obra ¿podrías hablarme de otros títulos? Y también de preferencias de lectura, si quieres; es que necesito citar a Virginia Woolf, que fue un referente y toda una inspiración para mí. Verás, en El gato sobre el árbol empiezo a ordenar, a elaborar. Después aparece mi inclinación por otras culturas: la India, Oriente, el Mediterráneo… El Libro de Zaynab es mi especial homenaje de amor a Toledo. Esencialmente narrativo, la historia la sitúo en la época musulmana, un tiempo bullicioso, fecundo y rico en matices muy favorables al hecho poético. Y en Fuera de sí la rosa, que recibió el premio Rabindranath Tagore, comienzo el rastro del deseo, descubro la erótica del movimiento y, por supuesto, a Bataille.


Me gustó mucho el Diario Secreto de M.H., un libro formal, de cuidada edición, con dibujos originales de Pablo Sanguino y un prólogo nada desdeñable de Julián Santos. De género fantástico, entronizaba al lector en ese laberinto de la verdad oscura, carnal y sugestiva. He conocido un pálpito violeta, dices, es cierto el lado oculto de mi vida lunar,… donde un monstruo de niebla desova me encamino, …alerta está la noche agazapada… Bueno, pongamos que marcó un punto de inflexión; es la fascinación de lo misterioso asimilado en el ansia de lo irracional, conjurando, sin perder de vista la herencia de los dioses, vampirizando con la semántica. Después de ese libro tuve que escribir Alice, otro cambio lleno de complicidades que mostraba el espejo fragmentado en múltiples registros; era la transformación de una niña violada por el mundo.

Fui testigo del nacimiento de Alice. Recuerdo esas ediciones artesanales amablemente preparadas por el poeta Jesús Pino -agotadas, imposibles- y, activando la memoria, recuerdo también otros nombres: Joaquín Copeiro y Juan Carlos Pantoja -excelente investigador de poéticas medievales-, luego unidos como Grupo Editorial Hermes4 ¿Pero aún nos quedan…? Idolatrías, la aceptación de las cosas, una toma de decisiones, lo que supone la madurez; ya sabemos que la literatura no nos inmuniza, pero nos ayuda a vivir. Y Sexto sentido, vegetal, exuberante, donde aprendí a capturar lo implícito de las cosas; representa la conformidad -un grado-, un lugar del jardín feliz. Después escribí La música del fuego, un libro con el que disfruté inventando al amado, sosteniéndolo; ahí aparece lo poliédrico de las relaciones humanas tratado desde el ángulo de lo sentido.
Yo diría más de ese aire amoroso: que es muy vital, encierra una constante de ritmo de resistencia al vacío, y sigue la veta investigadora que caracteriza todos tus libros; en ellos encontramos datos y mucha, mucha emoción…Pero la poesía no es el último reducto. A veces el poema es una conmoción, en diferentes sentidos, claro. Fantasmas y cálamos fue salir de una tristeza. Para la primera parte hice una especie de lectura visual de La Villa de los Misterios de Pompeya y añoré la belleza del tiempo, me fascinó el ritual del erotismo de la vida y la muerte en el arte. Escribí los cálamos influenciada por la pintura china antigua, mientras la contemplaba en la pantalla de mi ordenador, frente a Los Montes Azules, en Los Navalmorales, lugar de los veranos de mi infancia. Fue la afirmación y la ratificación del poder vivir sola con una misma; un deleite, esos poemas representan la melancolía, la placidez…Y aunque ya había escrito Jardín al mar –que incluye otra visión, esta vez junto a la obra de Mark Rothko-, libro por el que acababa de recibir un premio, Fanstasmas y cálamos encubre algo más.

Jardín al mar es el nombre que aloja tu blog; en él nos muestras una personalidad literaria bastante ecléctica. Pues empezó como el juego de lo oculto, pero se fue convirtiendo en un acto de amor al poema, en un ejercicio de autoafirmación muy válido, y también de voluntad.

En mayor o menor grado, todos nos hemos visto influenciados por las tecnologías, ¿qué opinas de su aplicación a nuevos métodos de escritura y lectura? Y, en la medida que han desplazado otras cuestiones, ¿crees que han cambiado, incluso, las estructuras sociales? Lo que han cambiado ha sido el concepto de cultura. Gran parte de lo que escribo ahora -esto es lo que llamamos una vanidad-, se lo debo a la red; sabemos que no puede sustituir la realidad, pero la sustituye, lo equivocado es pensar que es un simulacro, Internet ha alcanzado una dimensión práctica como canal de intercambio, un canal transversal, que está derivando, de manera muy rápida, hacia lo audiovisual. Mis amigos cibernautas -¿virtuales?- me dicen que debería haber sido pintora, por mi pasión por las imágenes. Siempre la tuve… Vermeer, Correggio, me gusta muchísimo Canaletto, y las sensaciones intensas de la llamada “pintura de acción” de contemporáneos como Pollock o Rothko, esa especie de vitalidad sin límites, pasando por Henri Matisse, al que le he dedicado un libro que aparecerá próximamente, espero. De alguna manera, he establecido una relación con el arte que antes no tenía, pero siempre regreso al poema, que contiene un rasgo o la exaltación de mis propios anhelos.

Tu obra está llena de referencias aunque eres muy intuitiva y eso se puede ver en la naturaleza de los versos. ¿Hay influencias que te hayan marcado el camino estos últimos años? Sí. La lectura compulsiva de la poesía de la escritora canadiense Anne Michaels a partir de El peso de las naranjas y el descubrir los dibujos y la teoría estética de John Berger, esa mirada potente que merece un espacio propio. Sus libros han marcado un antes y un después sobre mis conocimientos en general y sobre el arte en particular. Berger nos hace reflexionar a varios niveles, no sólo está el carácter simbólico o ilustrativo, cuenta lo antropológico, lo político, lo cultural… y la crítica frente a la obra, que yo creo esencial.
Escribes sin complejos, sin ningún tipo de dramatismo, una poesía muy sensual. Entre tanta expresión alta, tu propia voz de mujer enfrentada al lenguaje. Admiro tu determinación. No se puede luchar continuamente frente a los impactos que nos sitúan como caballo de Troya del enemigo porque a continuación nos tachan de panfletarias -esto sigue siendo un síntoma-, pero es evidente que la ocupación hoy del espacio literario por las mujeres ha renovado el decir y revela, además, todo un hallazgo. No he puesto mi empeño en esa cuestión. Posicionarse no está mal, yo defiendo la palabra, la palabra diferenciadora, no neutral. El poema es una pequeña entidad en conflicto que intentamos resolver desde un punto de vista personal, algo así como nuestra conciencia creadora… escribir es modificar, trazar perspectivas. Mi libro Los Cielos de Toledo es un encuentro afortunado entre fotografía y poesía. Estoy muy satisfecha con esa publicación que apuesta por La Belleza, el equilibro y la bondad de la vida. ¡Y además es una joya editorial!

La poesía alberga muchos cielos, por empatía, supongo, y a pesar de que ya no hay nada inocente, ¿sería ésta una metáfora irresoluble? Bajemos el tono de solemnidad; el ansia emocional se convierte en audacia en el poema, como todas las impresiones profundas incluido el arte, que ha dejado de ser un posicionamiento intelectual para llenar otros espacios. Podemos ir más allá de la retórica, hacia la necesidad de comunicarnos, de reflejarnos en el otro, y esto es muy primitivo, totalmente consustancial al ser humano. Todo es cuestión de forma, el signo es algo pragmático. No nos equivoquemos, yo lo que quiero es que me lean.

En mi intención no está el análisis, si un ejercicio de reflexión crítico al que no puedo sustraerme ya que conozco bien tu poética, que es solvente y bulliciosa. Al escribir, dialogamos para establecer un vínculo con el lector, que construye, que no necesita interpretación. Así es; las resonancias del lenguaje, como experiencias grabadas en el corazón, pueden servir para dar cuenta del poema que, por supuesto, siempre será subjetivo. Pero hay un punto donde transformar el tiempo forma parte de lo posible. En lo último que he publicado, Poemas desde el puente, lanzo una mirada, tal vez incisiva, hacia un entorno artístico cercano pero también subyace una trama sobre la amistad y lo perdurable esencial del hombre, etcétera, etcétera. Aunque estoy convencida de que la poesía es un regalo que nos hacemos a nosotros mismos.


Podría ser un fin, sin más; no obstante, te he oído hablar de abolir el sentido, de la pesadez del silencio -esto se lo debemos a Blanchot-, de una conducta, del asombro, del vértigo, de la pulsión, de reflejar nuestras verdades, de un horizonte irresistible... Incluyamos -ésta sería una presencia integradora- esa teoría abierta sobre la felicidad: su apropiación lingüística. ¿Cuánto, del blanco y fresco misterio que ciñe a un mundo / surgiendo de improviso, / dice mi nombre y me desviste de las ropas crudas / y me da una raíz / y me inaugura?


María Muñoz

2 comentarios:

Mucha dijo...

Gracias por estar cerca nuevamente. Me gustan tus letras y las de los otros... Tratá de hacer lo que te propongo en mi blog como comentario... No te pierdas
besos

Anónimo dijo...

Tus letras, ya no éste, si no en algunos de tu blogs me parecen simple y llanamente exquisitas.